domingo, 17 de marzo de 2013

Cuento corto: El Abrazo

Esto es un pequeño cuento que creé para acompañar esta imagen :). Es para un pequeño "taller" de cuentos o de historias cortas que me he apuntado en una plataforma de juegos de rol online, llamada Comunidad Umbría. Como me apetecía ir volviendo a escribir, pensé que sería buena idea.

Se hacía tarde. Era bien entrada la noche y aún se escuchaban a lo lejos la música, las risas y el crepitar del gran fuego. El pueblo seguía de fiesta y bailaba. Se acababa el verano. Me deslicé en silencio hacia la cabaña. Me había despedido de mis amigos, de mis numerosos tíos y tías, de los abuelos y los ancestros.

Necesitaba un rato a solas para despedirme de mi vida. Cuando regresara todo habría cambiado. Todo, empezando por mí.

Ya eres mayor, dijeron un día. Es la hora.

Yo no había notado ningún cambio perceptible, pero las estrellas no engañan. Y las hojas de los árboles al llegar el otoño no mienten. “Es la hora” era una certeza.

Vivimos en árboles y en comparación con otros seres, se diría que somos muy menudos. Pero no nos ven, no porque seamos pequeños, sino porque quedamos pocos y porque los humanos ya no se acercan a los bosques. Nos llaman cuentos, leyendas, fantasías. Vestimos hojas y cortezas de los árboles. Nuestro hogar, el árbol en el que habitamos, nos provee de todo lo que necesitamos. Y, a cambio, nosotros lo protegemos. Somos los guardianes invisibles de los árboles.

Pero cuando llegamos a cierta edad, debemos abandonar “el nido” durante un año y un día. Iba a ser duro. Dentro de unas semanas llegaría el frío. Tenía que buscar una buena madriguera y reunir nueces y frutas y raíces para pasar el invierno. Cuando fuera primavera podría explorar otros lugares.

Estaba tan inmerso en mis pensamientos que no les oí llegar y se me echaron encima. Los dos pequeños de la casa: mis hermanos, N’aelda y Okartzi. Los que más me echarían de menos. Los que más me querían. Yo era su mundo, su ejemplo a seguir. Creo que en el fondo no alcanzaban a comprender por qué me marchaba durante tanto tiempo. Las razones poco importaban para ellos.

Les abracé fuerte. No quedaban muchas palabras que no nos hubiésemos dicho ya. No tenía sentido que les dijese que no hicieran enfadar a nuestros padres o a los mayores; lo harían, eran demasiado traviesos.

Sed felices, dije en cambio. Era la hora.