(23 de marzo de 2006)
A veces siento soledad. No preguntes por qué, pero hay momentos en los que siento que estoy sola. Y sin embargo no es así. Tengo a gente cercana que está lejos, gente lejana que está cerca, gente cercana que está cerca y conocidos que están lejos. Suelo estar rodeada de gente a la que veo casi cada día y de la que no sé sus nombres, pero sí su modo de vestir, o conozco a sus amigos, también sin nombre. Sabré decirte de su pareja. Hasta de alguna cosa que haya oído de ellos por los pasillos. Y sin embargo no sé quienes son. Y sé que dentro de unos años ya ni me acordaré de ellos. Ni de su cara, ni nada de nada. Olvidaré que existieron. También estoy rodeada de gente en casa: estoy rodeada de edificios. Cada uno esconde varios pisos en su interior, y en ellos varias familias con sus dramas, sus alegrías, sus penas, sus amigos, sus familias, sus trabajos, sus… Y a pesar de vivir a menos de 3 metros, separados por paredes, no sabemos nada los unos de los otros. Algunos ni nos conocemos. Otros nos habremos cruzado por la calle sin saber que vivimos en edificios paralelos. La gente de la calle. Cada día tienes la oportunidad de conocer, como mínimo una veintena o treintena de personas, solo con caminar un trecho cortito al salir de casa. Eso los que viven en ciudad. Hablo sobre ellos. Y yo formo parte de este colectivo. Pues sí, existe la oportunidad de conocer un montón de gente. Muchos de ellos solo los verás una vez en tu vida, algunos hasta se te colarán en sueños y te preguntarás quién es. Otros, algún día tal vez te los presente un amigo o conocido si sales una noche. Entonces, os veréis por la calle, os saludaréis cortésmente. Aunque no recuerdes casi nada de esa noche. Pasarán años y seguiréis saludándoos sin saber nada el uno del otro. Solo porque os presentaron y es una obligación el decirse ‘hola’ por la calle o dar un golpe de cabeza. Si vais caminando con alguien os preguntará: “¿Quién es?” y responderéis: “Ah, es amigo de Menganito. Se llama Fulanito. Nos presentaron hace dos años en el bar de la Chirimoya”. Y ya está. Después de todo esto no es de extrañar que me sienta sola en ocasiones. Conoces más gente que no conoces, que no gente que de verdad conoces. Si te paras a pensarlo es bastante triste. Y es triste como un animal tan individualista como lo es el ser humano se esté quedando cada vez más solo, cuando, curiosamente, ésta es la época histórica en la que más seres humanos viven en colectivos. Sin embargo, los colectivos son demasiado grandes. Tanto, que nos sentimos pequeños. A veces hasta insignificantes en comparación con los edificios que nos rodean. Creo que las hormigas de un mismo hormiguero se conocen mejor entre ellas que dos personas de la misma ciudad. Por mucho que digan que utilizan el mismo dialecto o variedad lingüística.
En fin. Que creo que cuanta más gente conocemos, más solos estamos. Porque de toda esa gente que conocemos, solo un pequeño porcentaje serán amigos. Y un porcentaje aun menor, serán buenos amigos. Y me diréis: tener buenos amigos no es estar solo. Y yo os diré que sí lo es, en parte. Los buenos amigos son pocos y son individuos y tienen sus vidas. Los buenos amigos acuden cuando hay necesidades verdaderas. Te apoyan si lo necesitas. Todo son necesidades. Pero como individuos tienen sus vidas propias. Al igual que tú tienes la tuya. Y no puedes estar todo el tiempo entrometiéndote en la suya. Es por eso que cuando no hay amigos cerca, por motivo X o motivo Y, estás solo aunque te encuentres en la ciudad más superpoblada del globo.