lunes, 29 de noviembre de 2010

Arrebujarse



Es una palabra bonita, ¿verdad?

arrebujar.
(De rebujo1).
1. tr. Coger mal y sin orden alguna cosa flexible, como la ropa, un lienzo, etc.
2. tr. Cubrir bien y envolver con la ropa de la cama, arrimándola al cuerpo, o con alguna prenda de vestir de bastante amplitud, como una capa, un mantón, etc. U. m. c. prnl.
3. tr. Reburujar, revolver, enredar. U. m. c. prnl.

Me gusta arrebujarme entre las mantas y las batas al volver de la calle helada, tomar un té calentito, con un libro en la mano o algo agradable que hacer y una infusión calentita o un té. Es lo mejor. Me encanta el otoño y el invierno para poder arrebujarme en el calor del hogar y de las cosas agradables.

Desde pequeña me ha gustado el té. Mis padres bebían de vez en cuando, y unos amigos de éstos, que son persas (perdón, iraníes), siempre que iba a su casa tomaba una taza de té negro con cardamomo. (Es muy, pero que muy rico). En casa de mi abuela siempre tomaba infusiones y tisanas. De mayor aprendí que tisana era un sinónimo de infusión. Pero hasta entonces, pensaba que tisana era una infusión que me preparaba mi abuela cuando volviamos las dos de pasear o a media tarde y hacía frío. Llevaba anís y hierba luísa. Había algo más, pero no recuerdo qué, exactamente. Mi madre tal vez lo sepa. Me lo servía con una cucharada de miel, bien calentito.

A los dieciséis años fui por primera vez a Alemania durante una semana. Los últimos días nos alojamos en un albergue a las afueras de Freiburg, en medio de un bosque. Freiburg está cerca de la Selva Negra. Es una zona preciosa y la ciudad me robó el corazón. Tengo muchísimas ganas de regresar algún día... Pues bien, en el albergue, a mis compañeros de instituto y a mí, nos servían en el desayuno y la cena agua hirviendo con bolsitas de té de mil y un sabores. Yo estaba feliz. Mis compañeros, no. Eran más de leche, colacacao y café. Se quejaban de que comíamos con té y zumo de frutas (curioso, ¿verdad?). Y la verdad es que tanto el té, como el zumo de frutas, que sabían mejor que los que nos venden aquí, estaban muy ricos. Me quedé con un grato recuerdo de aquél albergue y con la curiosidad de que... al estomago y a tu bienestar les sienta mejor que comas con bebidas calientes o templadas a que sea con frías, que es lo que hacemos más por aquí. Os recomiendo que lo probéis. 

Cuando tenía diecinueve o veinte años empecé a frecuentar una cafetería de mi ciudad que está pared con pared con la Catedral. Me encantaba ir con algunas personas en especial, dado que siempre salían conversaciones trascendentales, proyectos y sueños. Nos gustaba mucho ir porque tenía una amplia lista de tés (de la Tea Shop) y de Chocolates (Eraclea). Me dejaba dinero, porque era (y lo sigue siendo) cara, pero me valía la pena por los grandes momentos.

Fue un día, después de volver de allí, dónde se me ocurrió La Tienda de Ensueño. Intenté captar la magia del arrebujarse. De entrar en calor, de tomar el té, del olor a incienso, de las mantas y las alfombras. De sentirte como en casa, en un hogar. De crear un lugar y un relato acogedor. Y Loreena McKennitt ayudó mucho.

Luego abrió Istambul, una tetería-kebab ambientado al estilo turco, con velas, alfombras, sillas y mesas bajas, cojines, cortinajes, poca luz y música árabe. Y entre la catedral y el Istambul, me pasaba las tardes de los fines de semana. Té, té, té, chocolate y té.
 
Por ésa época también frecuentaba un restaurante, que cambió un par de veces de localización, en que servían un té con menta muy rico y hacían un cus-cús impresionante y sopa harira que está que te mueres y donde el dueño es una persona la mar de simpática. Parte de tercero de filología me lo saqué entre esas paredes, estudiando mientras me tomaba té con una amiga.

Hace cosa de un par de años dejé de ir al Istambul, puesto que subieron mucho los precios y, al haberse hecho famoso, siempre estaba lleno y el servicio no era como al principio. Y los tés con menta ya no estaban tan ricos como al principio. Yo adoro el té con menta, el té moruno, el té árabe... Entonces descubrí el Sáhara, que estaba en la calle de atrás de donde yo vivo. Un local que no parecía muy elegante, que siempre estaba lleno de marroquíes muy majos (mirando fútbol por las tardes en la pantalla grande), con una quincena de mesitas y tres zonas de butacas. Allí descubrí el mejor té con menta de la ciudad. El mejor. Y, claro, estando a dos minutos de mi casa, era clienta habitual. Algunas semanas llegué a ir 4 días. Algunos días iba mañana y tarde, con personas distintas. Qué té tan bueno. Y las pastitas, que eran las mismas que vendían en el Istambul (de una pastelería árabe de Barcelona) y que estaban a mitad de precio porque no hinchaban los precios, y las tortas de pan marroquí calentitas con miel, o miel y queso Philadelphia.

Pero cerraron.

Y me quedé sin el té.
Ahora voy a una cafetería pequeñita que han abierto, también cerca de mi casa, donde hacen unas increíbles magdalenas de queso y el trato es muy agradable.

Pero bueno, a lo que iba. Que cuando hace frío y los días son grises, apetece arrebujarse entre mantas y tés calentitos, hacer que te sientas bien. Porque arrebujarse, al fin y al cabo es eso, es sentirse bien. ¿Qué hay más agradable que pasar frío y llegar a un lugar donde las personas, el ambiente y la magia de un té te den la bienvenida?

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Este es un post triste


Hace un mes y medio que no escribo. A ratos tengo muchas ganas de volver a escribir, cosas mías y cosas de blog.
Pero tengo miedo, todavía.
Siento como si me hubieran arrancado la mitad del corazón y la parte que queda todavía está cicatrizándose. Es un proceso lento, doloroso a ratos, pero es curativo. Llevará un tiempo.
El traumatólogo me dijo en mi última visita que tuviera mucha paciencia con las cervicales y la espalda, después del accidente.
Me siento cada mañana frente un espejo cuadriculado a mirar a lado y lado, diez repeticiones, arriba y abajo, inclinando la cabeza, a tirar la barbilla para atrás. 
Y con lo otro, pues paciencia. Mucha paciencia. Me pregunto cuánto tiempo pasará hasta dejar de soltar lágrimas cuando me doy cuenta de que no, no va a venir, no, no va a volver a saludarme, ni a saltar sobre mí contento.
Una de las cosas que más me gustaban era que cada mañana, cuando te levantabas, te saludaba como cuando vuelves de un viaje. Y es cierto, el sueño es un viaje largo y, a veces, hasta peligroso, pues hay quien no vuelve después del sueño.
Él lo sabía y por eso se alegraba de verte cada mañana.
Creo que jamás había echado tanto de menos a alguien, al menos por ahora.
Pero me han enseñado que la vida te presta todo lo que tienes, pero es sólo eso, un préstamo. Al final hemos de devolverlo, y no siempre cuando nosotros queremos.

Volveré a escribir otro día. Más adelante, creo. Sigo sin poder enfrentarme a las páginas en blanco sobre mi.

Besos!