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domingo, 16 de marzo de 2014

Estaba fregando los platos...

... y me he sentido feliz. Así, sin más.

La máquina a mi lado estaba batiendo la crema pastelera con la que voy a rellenar la masa brisa para hacer una tarta de fresas que más tarde llevaré a casa de mis padres (no entera, posiblemente me quede una parte).

Ha sido un poco como la magdalena del Sr. Proust. El olor a crema pastelera me ha llevado de vuelta a los 12 años, cuando la preparé por primera vez una mañana en que estaba sola en casa y no había nada que me apeteciera para desayunar. Justo cuando la estaba terminando de hacer, llegó mi madre y al verla, bajó a la panadería a por unos bollos dulces para poderlos rellenar.

Me he acordado de una entrada de una bloguera que sigo desde hace poco, a Biscayenne, que no solo pone recetas de cocina vasca tradicionales, sino que lleva a cabo una exhaustiva investigación por los nombres célebres de la gastronomía vascuence de antaño. Esta tarde había leído por enésima vez cómo se preparaba un Kounig Amann, una tarta-pan dulce hojaldrado bretón mantequilloso. En realidad es el que prepara Amélie al final de la película, pero en castellano la voz en off decía "mientras Amélie prepara su rico pastel de ciruelas" (al descubrirlo me sentí un poco engañada por los medios, a la vez que me decía que tendría que volver a verla en francés subtitulada). Y entonces escuché a Yann Tiersen de fondo. Hace tiempo que no lo escuchaba y...

Y el olor de la crema pastelera, Amélie, los platos, el detergente, la tarta de fresas, los amigos a los que vi ayer, la gente que estoy conociendo últimamente, Yann Tiersen, el rol de los jueves, los mimos de Nahia y mi vida en general, se ha condensado todo de repente y me ha hecho sentir feliz.

Después he pensado que como hay algunas nubes de tormenta en el horizonte, igual todo dejaba de ser como es ahora.

Pero, al fin y al cabo, ¿qué más da? En ese momento me sentía feliz y eso es algo que me queda para siempre. Un momentito sencillo de atesorar en un pequeño baúl de mi corazoncito metafórico.





Y ahora me vuelvo a terminar la tarta de fresas...

martes, 31 de diciembre de 2013

Bye old, hello new.

Sentarme a escribir en el blog siempre me parece un poco como enfrentarme a mí misma, a escuchar las cosas que tengo que decirme y que a veces no tengo ganas de escuchar, porque sé cuáles son. Y es duro. Es duro porque en ocasiones tienes que pretender no acordarte de ellas para poder seguir adelante. Y porque hay gente que aún me tiene en su feed y les aparezco en novedades cuando escribo algo nuevo o porque de vez en cuando entran en mi blog y lo leen. Y no me gusta preocupar a la gente, especialmente si no pueden hacer nada por echarme una mano.

He utilizado esto a lo largo de los años para escribir reflexiones, contar cosas que se me ocurrían y que pensaba que a nadie más les podía interesar, para dejar al mundo alguno de mis escritos, que no quedaran solo en una libreta o en el disco duro del ordenador, para reírme de las cosas... y en ocasiones hasta de mi diario. Aunque es raro escribir un diario que cualquier persona que llegue pueda leer (si bien también es raro que esa persona puedas ser tú mismo más adelante y leas las cosas que dijiste en determinado momento de tu vida).

Cuando termina el año siempre tiendo a hacer "balances" o dejarlo listo para el siguiente. Ni que fuera una contable. No sé qué tienen, pero adoro hacer listas y pensar en todo el tiempo que tienes delante para cumplir cosas, las posibilidades que te da el día de mañana. Es un símbolo, claramente. Mañana saldrá el sol como cada día, y habrá un nuevo amanecer, y se volverá a poner y volverá a salir. Solo que el 31 de diciembre marca un final y el 1 de enero es un comienzo. Son metas y comienzos importantes, porque tú mismo te marcas los límites, los finales y los comienzos... si no existieran los lunes y los domingos, los cambios de mes y de año, las fiestas especiales o los cumpleaños, sentiríamos cada día igual. A pesar que cada trae consigo nuevas oportunidades y posibilidades de hacer todo eso que te has dicho... pero parece que si no existe un final o una meta o el lugar donde empezar, todo continúa igual.

Este año creo que puedo decir que ha sido un año de mierda. No me ha gustado mucho, la verdad. He estado mal, anímicamente, emocionalmente. Me he caído una docena de veces o más y me he vuelto a levantar. A veces hasta me sorprendo de que lo siga haciendo. Ahora expreso más cosas de lo que hacía hace años, pero lo que llaman "la verdadera procesión" la sigo llevando por dentro, porque soy de las que prefiere contar que han estado mal una vez ha pasado. Porque a veces, si lo cuentas "durante", mientras lo estás pasando mal, te hundes. Por eso no escribo por aquí. Una de las cosas por las que estoy agradecida de este año es que mi madre, después de meses e incertidumbre, le detectaron un cáncer y pudo ser extraído a tiempo (muy justito, pero a tiempo) y no necesita tratamiento. Hay otros que no pueden decir lo mismo. Estoy agradecida por ello y por tener a gente cerca que de vez en cuando me hacen reír, aunque en el fondo me cueste, o me ayuden a desconectar a ratitos. Los que no preguntan, sino que se sientan a escuchar, y si quieres hablar, bien, y si no, también. No hay prisa.

Me he hecho una lista de cosas que quiero hacer este año, No "propósitos" en sí, sino pequeñas rutinas que quiero añadir a mi día a día, que creo que pueden aportarme algo a la larga.

El año que viene veré los que he logrado añadir.

Aunque mañana sea un día más y vuelva a salir el sol, necesito creer que hoy será un final, que mañana habrá cosas diferentes, que habrá cosas nuevas, que poco a poco me curaré por dentro y podré estar contenta, feliz, otra vez. Es trabajo personal. Será duro y tendré que tomar decisiones que dan miedo y no me gustan, pero tengo que creer que todo servirá para algo.

Feliz año NUEVO, seas quien seas que leas esto.

Esperanza creo que es lo que trae esta época, esperanza por los cambios, por que todo sea mejor.

Que la esperanza te dure mucho en 2014.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Aprendiendo a disfrutar de los momentos

He ido notando una cosa a lo largo de los años, según voy creciendo (ganando años y experiencia): los momentos que pasas con los amigos o la gente a la que aprecias.

Cuando vas al instituto o a la universidad (hablo desde mi experiencia) te acabas "acostumbrando" a estar con estas personas más o menos habitualmente. Quedas una o dos veces a la semana fuera de las aulas, los fines de semana o de vez en cuando, es bastante fácil cuadrar un día para encontraros. Disfrutas de esos momentos al cien por cien, pero no siempre te das cuenta de que son algo momentáneo, que son únicos porque en el futuro será bastante difícil repetirlos con la misma asiduidad.

Conforme tú y tus amigos vais ganando responsabilidades de diversa índole (trabajos, estudios superiores, tiempo de pareja, familia, tiempo de familia de la pareja, obligaciones varias e incluso aficiones importantes) ves como se hace cada vez más complicado encontrar un hueco para reuniros todos y que os vaya bien. Es un poco triste porque sin duda querrías verlos más a menudo y disfrutar como en otros momentos.

Pero lo bueno es que aprendes a disfrutar de esos días de verles, esas horas y risas pasadas juntos las guardas con cuidado y mimo. Exprimes el tiempo al máximo y, aún exprimiéndolo todo lo exprimible -aunque ya no le quede jugo-, siempre queda el sabor agridulce de que se podría haber hecho más. No. No se podría haber hecho más; se podrían haber hecho otras cosas.

Al final te olvidas de sacar ninguna foto porque estás demasiado pendiente de reírte en ese momento que no recuerdas la cámara que tienes en la mochila o que el móvil sobre la mesa también hace buenas fotos. Y eso es bueno.



A veces nos sumergimos tanto en nuestra vida diaria que te paras un instante y te das cuenta de que ésa escapada de cinco días a Dublin de octubre de 2009 en el que conociste a dos amigos de tu pareja y jugásteis una partida de Little World fue hace tres años. O que anteayer hicimos la cena de Navidades en Bilbao con algunos amigos y ha pasado casi un año porque estáis preparando la de este año.
Y es bonito, porque a pesar de ver poco a estas personas -algunas de las cuales las veías mensualmente hace nada-, es como si el tiempo no pasara. Igual hace cinco meses que no os veis, un año, dos, pero las conversaciones y las risas se retoman en nada.

Estos días hemos tenido a un par de amigos por casa. Esta mañana, al volver de pasear a Nahia, me he encontrado que seguían durmiendo. TODOS. Era aburrido, porque además no podía acceder a algunas habitaciones de casa para hacer cosas de provecho (adelantar trabajo). Así que he cogido la comida de Nahia y me la he llevado a la terraza, a hacerla correr mientras le tiraba bolitas. Hacía un solecito muy agradable y me he sentado contra la pared. He cerrado los ojos y me he dejado llevar por el momento. He sentido paz. He sido capaz de disfrutar de un momento en el que supuestamente debería haber estado haciendo otra cosa y ser consciente de ello me ha llenado. Es una tontería, pero ha sido una de esas pequeñas cosas que después recuerdas.

Y para terminar, os dejo con una entrada de OyeDeb! muy interesante: la importancia de ser vaga. Vamos, de disfrutar de pausas, de momentos, de divertirse, de descansar o de hacer otras cosas aunque en ese momento no tocara hacerlas... para recargar pilas. Porque no somos máquinas y necesitamos momentos de recuperación, distracción, dar rienda suelta a la creatividad, soñar y reír con alguien en otro lugar.

La libertad empieza en la mente de cada uno. (del artículo de OyeDeb!)

PD: Las imágenes son MÍAS. Si las quieres para utilizarlas en algún lugar, pídeme permiso primero :). Están hechas en la Selva de Irati, Navarra, el 1 de diciembre de 2012. Me apetecía compartirlas con los pocos que os seguís pasando por aquí :).

domingo, 18 de noviembre de 2012

Gritar en la playa

Esta tarde, después de terminar por fin un trabajo fruto de meses, he ido con una amiga y Nahia a la playa. El cielo estaba cubierto de nubes grises y una ligera niebla cubría la playa. Durante todo el rato caía lluvia suave. Poca, pero la justa para irte empapando de humedad.

Hemos ido a gritarle al mar, no porque se hubiera portado mal o lo mereciese, sino porque mi amiga ha dicho que necesitaba desahogarse, que le encantaría ponerse a gritar. Así que le he dicho: "¿Y por qué no vamos?" Y hemos ido. A pesar del tiempo y a pesar de la hora, que ya era oscuro. Pero mejor, así no hay nadie.

Nahia ha correteado feliz y ha querido seguirle la pista a los gatos de las rocas. En las rocas junto a la playa y al faro de mi ciudad viven muchos gatos.

Ahora, después del camino de vuelta, de una ducha muy muy caliente para entrar en calor y de una rica sopa de pollo con fideos, me siento relajadísima. Creo que me iré a la cama a leer El Hobbit. 

Y eso me hará tremendamente feliz.

(Y más aún al recordar la llamada telefónica a tierras navarricas para un precioso reencuentro con excursión incluída. La vida es bella).