Esta tarde, después de terminar por fin un trabajo fruto de meses, he ido con una amiga y Nahia a la playa. El cielo estaba cubierto de nubes grises y una ligera niebla cubría la playa. Durante todo el rato caía lluvia suave. Poca, pero la justa para irte empapando de humedad.
Hemos ido a gritarle al mar, no porque se hubiera portado mal o lo mereciese, sino porque mi amiga ha dicho que necesitaba desahogarse, que le encantaría ponerse a gritar. Así que le he dicho: "¿Y por qué no vamos?" Y hemos ido. A pesar del tiempo y a pesar de la hora, que ya era oscuro. Pero mejor, así no hay nadie.
Nahia ha correteado feliz y ha querido seguirle la pista a los gatos de las rocas. En las rocas junto a la playa y al faro de mi ciudad viven muchos gatos.
Ahora, después del camino de vuelta, de una ducha muy muy caliente para entrar en calor y de una rica sopa de pollo con fideos, me siento relajadísima. Creo que me iré a la cama a leer El Hobbit.
Y eso me hará tremendamente feliz.
(Y más aún al recordar la llamada telefónica a tierras navarricas para un precioso reencuentro con excursión incluída. La vida es bella).
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