jueves, 11 de octubre de 2012

Once de octubre de dos mil diez

Hace años el once de octubre significaba "víspera de puente" o "cumpleaños de amigos".

Hace dos años que el once de octubre ha adquirido otro significado para mí. Hace dos años murió mi adorado compañero Llamp. Sí, era un perro y para mí era más que una mascota. Hoy estoy un poco sensible por ello, porque me ha dado por recordarlo, porque he leído una entrada de algo parecido y porque tampoco me parece mal soltar alguna lagrimilla una vez al año.

Es curioso, porque no pasa día que no me acuerde de él por alguna cosa u otra y sé que si dejo de hacerlo, a la larga acabaré por no recordar el tacto de su pelaje, los ladridos, las miradas o pequeños detalles que el tiempo se encarga de ir emborronando. Es curioso porque ahora tengo a otra perrita conmigo a la que quiero con locura y me ayuda muchísimo. Estoy aprendiendo a ser una persona mucho más calmada por ella, a aprender a modular mi voz y mis gestos aunque esté nerviosa para no asustarla. Realmente esta perrita que ha pasado tantas penalidades, Nahia, me hace muy feliz.

Comparar a Nahia y a Llamp no tiene ningún sentido, son el día y la noche. Es como preguntarle a un niño si quiere más a papá o a mamá. La criatura los ama a los dos por igual, por ser quienes son y por las cosas de cada uno. Llamp tan extrovertido, sociable, alegre, gruñón y tozudo; Nahia, tan tímida, dulce, obediente y cariñosa. Tan protectora, tan madre/hija y Llamp tan brabucón y cachorro, incluso cuando tenía trece años.

Creo que lo que me sigue doliendo en el fondo es no haber podido estar el día en que murió Llamp. Estaba lejos y con gente que me apoyó muchísimo (a quienes agradezco mucho sus gestos y palabras), pero el pensar que la noche anterior Llamp empezó a aullar para buscarme o para despedirse y que yo no estaba, me sigue rompiendo el corazón.

Mi madre dice que mejor, que así conservaré su recuerdo de cómo estaba y no de cómo se puso malito de repente. Pero mil y un recuerdos de 13 años y medio no se pueden borrar así como así por un final repentino.

En fin, supongo que necesitaba escribir un poco de esto para desahogarme más de lo que pude hacer en su momento. Apenas podía escribir nada en el blog ni en ninguna parte porque sentía que me hundía.

Aquí una muestra de mis dos pequeños. ¿Por qué mirarían a la derecha?


Llamp en verano de 2007. Una de mis fotos favoritas.

Nahia en verano de 2012. Feliz en la naturaleza.

sábado, 6 de octubre de 2012

Dioses y mortales

He leído un libro hace poco que me ha parecido una delicia.

Es del autor de El Juego de Ender, Orson Scott Card.

La novela en cuestión se llama La Puerta Oculta.

Mi pareja me entregó el libro en junio, mientras estábamos en la librería Gigamesh, de Barcelona. Dijo que era de mi estilo, que el autor era el del Juego de Ender, que me había gustado, ¿no?

Hice lo que hago siempre. Miré el libro. Leí la sinopsis. Leí las primeras líneas. Abrí una página al azar y también leí un trocito. 

Por supuesto, la historia tiene que entrarme, tengo que encontrarla interesante. Pero también es igual de importante el cómo está contada. Necesito libros bien desarrollados. Si la premisa es buena pero no está bien narrada... Bueno, es como si leyera un libro sobre la sinopsis de una historia. Como si me contaran en 300 páginas de qué iba la historia, sin ahondar lo suficiente en los personajes y los hechos.

El libro me gustó y lo compré adopté. Cada vez estoy más convencida que los libros no llaman a la gente porque sí. La gente no los escoge. Son ellos quienes escogen según las historias que contengan. 

Ha estado buena parte del verano en una estanteria, a la vista. Esperando a que volviera a abrirlo desde el primer intento de lectura, un día, en el trabajo.

Mi pareja lo raptó primero y lo leyó.

Dijo que era bueno. Muy bueno.

Poco después, una noche, estando resfriada, me hice una infusión de miel y limón, me tumbé en el sofá con una manta y empecé a devorarlo.

En el libro aparece algo que ya he leído otras veces de la mano de Neil Gaiman, por ejemplo, y de otros autores que he recordado cuando he tenido la idea de escribir esta entrada y que no recuerdo ahora.

Aparecen dioses, en el mundo de los humanos. Igual que "Percy Jackson y el Ladrón del Rayo" y los libros de esa serie (solo vi la película). 

Los dioses ya no tienen el poder de antaño, por unos motivos u otros, y viven entre nosotros. Bien porque siempre fue así o porque les ha tocado. Dependiendo de la historia. Incluso en algunos relatos cortos que escribí hay dioses. 

Y me ha llevado a pensar que no puede ser del todo casualidad. El concepto de que siguen ahí, que los hemos olvidado pero que quieren que sepamos que están presentes es lo que me llama la atención.

Tantos dioses desde la antigüedad, tantas famílias, tantos dramas, tantas migraciones y cambios de conceptos que les afectaron, los cambios de sociedad, de tradiciones, de conquistas y supremacía de una raza sobre otra; de un panteón sobre otro; de mezclas, de dioses que nacieron del mismo concepto y mutaron o evolucionaron...

Y si, al igual que en la antigua Grecia, las musas sirvieran de inspiración a los poetas y cantantes, ahora las esencias de lo que queda de los antiguos dioses, ahora que están tan lejos, que con la modernidad y la ciencia, nos alejemos cada vez más de lo desconocido y temido y le apliquemos explicaciones racionales y científicas, esto fuera una llamada de ayuda? ¿Un recordatorio? ¿Un "seguimos aquí" subconsciente?

Los cuentos, inexplicablemente, también están muy presentes. Desde hace poco más de diez años están "de moda" y cada vez más está degenerando su esencia, la verdad oculta que portaban casi inmutable desde siempre si leías entre líneas; las enseñanzas.

Los dioses fueron callados, se cambiaron tríades por cruces, sacrificios de ahorcados y ahogados por misas de agua-vino y pan-carne. Se convirtieron en demonios y hadas. Y parece que ahora quieren que les recordemos cómo eran o nos presentan nuevos puntos de vista de cómo son en verdad.