He ido notando una cosa a lo largo de los años, según voy creciendo (ganando años y experiencia): los momentos que pasas con los amigos o la gente a la que aprecias.
Cuando vas al instituto o a la universidad (hablo desde mi experiencia) te acabas "acostumbrando" a estar con estas personas más o menos habitualmente. Quedas una o dos veces a la semana fuera de las aulas, los fines de semana o de vez en cuando, es bastante fácil cuadrar un día para encontraros. Disfrutas de esos momentos al cien por cien, pero no siempre te das cuenta de que son algo momentáneo, que son únicos porque en el futuro será bastante difícil repetirlos con la misma asiduidad.
Conforme tú y tus amigos vais ganando responsabilidades de diversa índole (trabajos, estudios superiores, tiempo de pareja, familia, tiempo de familia de la pareja, obligaciones varias e incluso aficiones importantes) ves como se hace cada vez más complicado encontrar un hueco para reuniros todos y que os vaya bien. Es un poco triste porque sin duda querrías verlos más a menudo y disfrutar como en otros momentos.
Pero lo bueno es que aprendes a disfrutar de esos días de verles, esas horas y risas pasadas juntos las guardas con cuidado y mimo. Exprimes el tiempo al máximo y, aún exprimiéndolo todo lo exprimible -aunque ya no le quede jugo-, siempre queda el sabor agridulce de que se podría haber hecho más. No. No se podría haber hecho más; se podrían haber hecho otras cosas.
Al final te olvidas de sacar ninguna foto porque estás demasiado pendiente de reírte en ese momento que no recuerdas la cámara que tienes en la mochila o que el móvil sobre la mesa también hace buenas fotos. Y eso es bueno.
A veces nos sumergimos tanto en nuestra vida diaria que te paras un instante y te das cuenta de que ésa escapada de cinco días a Dublin de octubre de 2009 en el que conociste a dos amigos de tu pareja y jugásteis una partida de Little World fue hace tres años. O que anteayer hicimos la cena de Navidades en Bilbao con algunos amigos y ha pasado casi un año porque estáis preparando la de este año.
Y es bonito, porque a pesar de ver poco a estas personas -algunas de las cuales las veías mensualmente hace nada-, es como si el tiempo no pasara. Igual hace cinco meses que no os veis, un año, dos, pero las conversaciones y las risas se retoman en nada.
Estos días hemos tenido a un par de amigos por casa. Esta mañana, al volver de pasear a Nahia, me he encontrado que seguían durmiendo. TODOS. Era aburrido, porque además no podía acceder a algunas habitaciones de casa para hacer cosas de provecho (adelantar trabajo). Así que he cogido la comida de Nahia y me la he llevado a la terraza, a hacerla correr mientras le tiraba bolitas. Hacía un solecito muy agradable y me he sentado contra la pared. He cerrado los ojos y me he dejado llevar por el momento. He sentido paz. He sido capaz de disfrutar de un momento en el que supuestamente debería haber estado haciendo otra cosa y ser consciente de ello me ha llenado. Es una tontería, pero ha sido una de esas pequeñas cosas que después recuerdas.
Y para terminar, os dejo con una entrada de
OyeDeb! muy interesante:
la importancia de ser vaga. Vamos, de disfrutar de pausas, de momentos, de divertirse, de descansar o de hacer otras cosas aunque en ese momento no tocara hacerlas... para recargar pilas. Porque no somos máquinas y necesitamos momentos de recuperación, distracción, dar rienda suelta a la creatividad, soñar y reír con alguien en otro lugar.
La libertad empieza en la mente de cada uno. (del artículo de OyeDeb!)
PD: Las imágenes son MÍAS. Si las quieres para utilizarlas en algún lugar, pídeme permiso primero :). Están hechas en la Selva de Irati, Navarra, el 1 de diciembre de 2012. Me apetecía compartirlas con los pocos que os seguís pasando por aquí :).