Inspirada por un programa de televisión, el viernes escribí esto.
Vivía en la calle Desengaño. Me gustaba imaginar que le dieron este nombre a causa de una joven pareja, muchos años atrás, tal vez siglos. Era fácil imaginarla con el grandeur decadente del siglo XIX. Imaginar que hubo grandes casas, palacetes de familias que se hicieron ricas en las Ameritas, que luego empezaron a perder el dinero, que sólo les quedaba su mansión en la ciudad, la fachada, que en verdad escondía una casa vacía, con las cortinas rasgadas, los muebles sucios y llenos de polvo, en las que algún escritor bohemio con su amigo pintor, vivían.
Pero la verdad es que en la calle, si alguna vez hubo algo de eso, no quedaba ni rastro. Sólo las putas, acaso. Porque en el siglo XIX también había burdeles, de mayor o menor calidad. Y seguro que en esa calle, si en ese momento había putas, doscientos y trescientos años antes, también. Por las noches daba cierta grima pasar. Un desfile sin final de personajes extraños, de drogadictos, de locos, de prostitutas, de travestís, de gente que gritaba e insultaba sin motivo, dirigiéndose al aire, y en medio de todo, la podredumbre. El olor a pis, a mierda. Los edificios curiosos, los viejos, los antiguos, los ojos que observaban desde las ventanas sin querer que les observaran a ellos. Los gritos. Los clientes. ¿Cuánto cuesta? y ¿dónde? eran las preguntas claves. Y si al cliente no le parecía bien, pasaba a la siguiente. Había muchas señoritas de compañía.
No podía evitar pensar en las historias que un lugar así, con este nombre tan bonito, calle del Desengaño, te podría llegar a contar. Pero claro, entonces nos vamos a lo que pudo ser, o fue y nadie lo recuerda.
La propia calle te desengaña un poco. Te esperas lo que hay. Corresponde las expectativas, sí y no. Tiene todos los elementos, y sin embargo aún le falta algo. Y ese algo es el que te provoca el desengaño.
El nombre, de tener ése algo que le falta, sería perfecto. Tal vez lo que falla es la localización. Sería mejor en el casco viejo de la ciudad y no tan cerca del centro. En el centro de las ciudades todas las calles se llaman con nombres de personajes ilustres, Ramón y Cajal (¿cuántos Ramones y Cajales tendremos en el país?), de otras poblaciones, Madrid, Cartagena, Aragón, Mallorca… Dependiendo de lo grande que sea, tendrá un título u otro. Aragón, como es una comunidad de bastante extensión, será una Avenida, mientras que Mallorca será solo una calle. Lo raro en una ciudad es encontrarse con nombres pintorescos, como lo era la calle Desengaño. O la calle del Amor. O del Desamor, ya puestos. ¿No sería divertido que la gente, al vivir en una calle u otra, dependiendo del nombre, desarrollara las características del nombre de dicha calle? No, supongo que no.
e gustaban esta clase de calles. Las pintorescas. Vale, tal vea esta no tanto. Pero el barrio del Born, en Barcelona, las calles del Raval, llenas de curiosidades, la calle Tallers, con gente de paso que se mezcla con turistas y habituales… Son calles entretenidas.
Aún recuerdo como veinte años atrás eran zonas vetadas. Los padres no te dejaban ni pisarlas, y el solo oír el nombre de ciertos lugares era sinónimo de miedo. Ay, los drogadictos, los heroinómanos. Recuerdo… sí, recuerdo una vez pasar por una pequeña plazoleta, acompañada de mi abuela. Parecía desierta, pero había dos jóvenes detrás de un banco. El uno tumbado y el otro sentado, con la espalda apoyada en la pared. Creí que sólo dormían. Pero no, acababan de chutarse. Vi por primera vez una jeringuilla usada en las escaleras, dónde cualquier niño de mi edad podría cogerla y jugar y pincharse. Recuerdo las advertencias de mi abuela siempre que íbamos a los parques. Que nunca tocara una jeringuilla, eran muy peligrosas. La vi y causó una gran impresión en mí. Tanto que aún la recuerdo ahora. Así que eso eran las jeringuillas peligrosas de las que me hablaron. Era como encontrarte con una leyenda urbana cara a cara.
Creo que relaciono a los heroinómanos y a algunas “señoritas de compañía” con mi infancia. Los 80, la canción que trataba sobre mi ciudad y lo mal que estaba.
La calle Desengaños era como un pequeño regreso al pasado, tal vez por eso me llamaba tanto y a la vez, no me gustaba. Me desengañaba. Porque a pesar de tener todos los elementos, no se sucedía en el casco antiguo de mi ciudad. Ahí era dónde pegaba. Antes, la zona antigua, era peligrosa. Te podían atracar con facilidad, estaba lleno de drogadictos, y de ladrones. De toda esa época sólo queda un local pequeño, en una calle pequeña, que coloca estratégicamente dos fanales rojos en la puerta. Montevideo, rezan las letras azules y pasadas de moda entre ambas luces rojas. Hace algunos años me encontré cara a cara con un auténtico trapicheo de droga entre dos bandas. Era la tarde y no había nadie más que las dos bandas y yo, que pasé de largo y sin mirar hacia la otra punta. O me di la vuelta, ya no recuerdo. Correr hubiera sido lo peor.
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