El primer día nos hizo copiar 20 veces “Estaré en clase en silencio y trabajando”. Más tarde, la misma semana: “Hoy no hemos bajado al recreo porque no paramos de hablar”. Tres días más tarde: “Hoy hemos diferenciado entre sílaba átona y tónica”. Varias páginas de libreta más tarde tenemos doble sesión de “caligrafía”. “El silencio favorece la concentración en el trabajo” y “No haré ruido en clase ni en la fila”. Durante el resto de octubre nos portamos bien, pero la jodimos hacia el final. “El profesor no está contento de la forma en la que nos portamos”. Esta vez duró más: hasta el último día antes de las vacaciones de Navidad. “Entraré en clase en silencio y prepararé mi material”. Fue la última del curso.
Tengo buenos recuerdos de aquél profesor. Estábamos en 5º, cuando aún era EGB y no Segundo de Ciclo Superior de Primaria o algo así. Tenía una regla de madera de un metro de largo, cuadrada (sí, era bastante gruesa). Cuando hablábamos y ya no se le oía bajo el murmullo de 45 voces de diez años, abría el cajón y sacaba el instrumento. Después daba dos golpes secos sobre la pizarra. Mano de santo. El silencio se hacía en un instante. Después nos ofrecía una mirada gélida y si lo veía pertinente una pequeña bronca, a veces acompañada por “caligrafía”. Unas semanas más tarde ya nos conocíamos y ya no armábamos tanto jaleo. Le tuvimos un par de años y le guardamos todos especial cariño.
El segundo año, uno de los chicos de 8º vino un rato a hacernos de canguro. Debía de haber reunión de profesores o estaban preparando alguna de las muchas fiestas que hacía mi colegio. El chico quiso hacer la gracia de golpear la pizarra con el madero de la misma manera que hacía nuestro profesor. Pero para ello se requiere estilo y cierta técnica. Rompió la punta. Y se puso pálido. Todos gritamos a una. “¡¡BIEEEEEENNNNN!!”. El profesor vino poco después. Nosotros estábamos nerviosos: por un lado veíamos al chico hecho un manojo de nervios, por el otro estábamos felices. No más golpes a la pizarra. Cuando entró, le dijimos: “Mira lo que ha pasado, profe”. Y cuando estuvo al lado del joven, el chico levantó tímidamente la mano con el palo roto. “Oh, se ha roto”, dijo nuestro profesor. “Ha sido sin querer, ha sido sin querer”, dijo el chico. El profesor pasó de largo y abrió un armario. Sacó otra regla de madera igual que la anterior pero más nueva, con una sonrisa tan ancha como su rostro. “Noooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo” coreamos todos. Era un “no” divertido, nadie se esperaba eso. Nos pusimos a reír. El chico también. Y el profesor.
Espero que aún ahora siga atormentando a las juventudes pre-esoides que caigan en su aula, creyendo que se lo van a merendar con patatas.
Bezotes!
PD: He visto “PD: Te quiero” y me ha gustado mucho. Solo que decían “Pí Es Ai Lof Yu” porque estaba en inglés. Me ha gustado mucho. Ah, eso ya lo he dicho. Bueno. Quiero volver a Irlanda. Y no me desagrada la idea de preparar algún viaje de fin de semana o de puente para ello… Para nada… De hecho, miraría fechas y precios de avión si tuviera Internet. Ayer hablé con la compañía. Ayer por la tarde o esta mañana tendría que haberme llamado un técnico preguntando si puede venir a mi casa a traerme un router nuevo. No lo han hecho, así que llamaré yo OTRA vez y si me dan largas amenazaré con borrarme, y tan pichi que me quedaré. Leñes.
1 comentario:
A la SS le daba yo una pizarra y una de esas reglas... y lo ibamos a flipar!!! nos cerraba los "chankras"!! jeje
Es cierto que hay profes y profas que te dejan una huella especial, lo bonito es que van surgiendo a lo largo de toda la vida.
bsicos!
babú
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