Hace años era yo quien las recibía. Las notas a final de curso, donde el profesor/a exponía tus virtudes y fallos, y los padres te felicitaban o te instaban a mejorar. Donde corrías satisfecho y orgulloso a mostrarlas delante de los tuyos... o a tratar de esconderlas y dejar el máximo de tiempo posible antes de que las leyeran. Me parecía algo fascinante que un profesor fuera tan justo, tan capaz de discernir entre lo que está bien y lo que está mal. Porque cuando eres pequeño las cosas están bien o mal. En las películas hay buenos y malos. Cuando creces ves la variedad de grises que hay de por medio. Los profes eran justos. (Eso es hasta que creces, pasas la secundaria, el bachillerato y al llegar a la uni ves que de justos, más bien pocos... pecadores, muchos).
Esta noche estaba poniendo notas. "A ver... este... sí, demuestra interés... pero a veces se distrae... participa mucho... pero luego se desmadra... Un bien. Este otro... muy bien... interés... puede mejorar los hábitos... sí... pero ¿y si se desmotiva más?... mejor digo que a veces se distrae y que participa mucho... ah... también tiene mucha retentiva..." ¿Veis? El niño puede acabar más o menos contento del inglés. Puede gustarle mucho, pero si por algún motivo en las notas aparece que hace demasiado el tonto, sus padres pueden pensar "bah, si el niño se porta tan mal, mejor no le apuntamos más, que no le interesa, y para lo que pagamos..." y eso no tiene por qué ser posible. Puedo cargarme a un futuro Shakespeare (ejem) porque no he sido lo suficientemente justa. En fin, que se trata de hacer lo mejor que se puede.
He descubierto que las primeras notas que pones dudas más... te equivocas, no sabes si... Y desde la mitad hacia el final casi se ponen solas.
Yo... poniendo notas... quién me lo iba a decir. Se me sigue haciendo raro.