Esta tarde, después de terminar por fin un trabajo fruto de meses, he ido con una amiga y Nahia a la playa. El cielo estaba cubierto de nubes grises y una ligera niebla cubría la playa. Durante todo el rato caía lluvia suave. Poca, pero la justa para irte empapando de humedad.
Hemos ido a gritarle al mar, no porque se hubiera portado mal o lo mereciese, sino porque mi amiga ha dicho que necesitaba desahogarse, que le encantaría ponerse a gritar. Así que le he dicho: "¿Y por qué no vamos?" Y hemos ido. A pesar del tiempo y a pesar de la hora, que ya era oscuro. Pero mejor, así no hay nadie.
Nahia ha correteado feliz y ha querido seguirle la pista a los gatos de las rocas. En las rocas junto a la playa y al faro de mi ciudad viven muchos gatos.
Ahora, después del camino de vuelta, de una ducha muy muy caliente para entrar en calor y de una rica sopa de pollo con fideos, me siento relajadísima. Creo que me iré a la cama a leer El Hobbit.
Y eso me hará tremendamente feliz.
(Y más aún al recordar la llamada telefónica a tierras navarricas para un precioso reencuentro con excursión incluída. La vida es bella).
Ya no puedo jugar a videojuegos
que podrían gustarme. Hablo de las aventuras gráficas o de aquellos en plan “abiertos”
que puedes hacer lo que te dé la gana en un mundo mágico. Bueno, todo, todo,
no.
Veréis, cuando tenía entre 12 y
14 o 15 años jugaba muchísimo a toda clase de juegos. Desde estrategia,
militares, aventuras gráficas,… Era genial, la verdad. Y si hubiera tenido los
videojuegos y los ordenadores de ahora, hubiera sido una experiencia increíble.*
Pero a los 15 cayó en mis manos
Los Sims. Ese de simulación de vida. Era brutal. Veamos, poner a manos de una
adolescente la vida entera de alguien, capacidad de tomar decisiones, crear una
casa y decorarla, ser pareja del chico que te gusta versión sim… Bueno, bueno,
era una extensión a tu propia imaginación.
Y así es como pasé los siguientes
años jugando a Los Sims (y todas sus expansiones), Los Sims 2 (y muchas de sus
expansiones) y Los Sims 3 (escasas horas jugadas de muchas de sus expansiones;
poco tiempo y demasiadas horas de ordenador). He creado casas, estilos y vidas
que son la caña.
Entonces, un día te vas fijando
en que en el ordenador de al lado hay paisajes y música preciosos, que corres
por parajes montañosos y bosques nevados, que hay dragones volando, gigantes con
mamuts, elfos, fae, y toda clase de seres. Si eres como yo, piensas algo así
como “¡Por Dios! Yo también quiero jugar a eso!”. Te instalas un juego (Skyrim,
en ese caso) y esperas que la “magia” suceda.
Mamuts y gigantes norteños. ¿Mola o no mola?
Quiero decir… Pasé muchas horas
jugando antaño a esta clase de juegos, algo se me habrá quedado, ¿no?
Pues no.
Primero descubres que has perdido
la costumbre de manejar la cámara y los mandos. Que se te va el ratón para un
lado y la cámara para donde no toca, que te atacan por la espalda y te pierdes.
Le das sin querer a vista en primera persona y no en tercera, con lo que el
punto de vista cambia drásticamente. ¿Tiros a distancia? Ni hablar. A machaque
con un espadón del quince más grande que tú porque es más fácil que apuntar con
la desastrosa puntería que tienes con el ratón.
Pero bueno, digamos que superando
los primeros minutos y acostumbrándote más o menos, ves que puedes avanzar. Has
matado algunos malotes, has conseguido un par de logros y en una misión te
envían campo a través a la Ciudad del Otro Lado de la Montaña porque ahí venden
bayas moradas cuya semilla necesita alguien del pueblo para hacer crecer sus
plantitas y ellos no pueden ir porque están muy ocupados/el camino es
peligroso/no te lo especifican.
Allá que voy.
Y me ataca un lobo.
Pero yo no me quiero defender y
acaba muriendo.
En este punto, mi pareja, que ha
ido dejando de lado su videojuego me grita exasperado: “¡Pero dale! ¡Que te va
a matar! ¿Qué haces?”. Y no. Aquí es cuando empieza una de nuestras discusiones
de desacuerdo.
Veamos. En todos los videojuegos,
cuando vas campo a través te atacarán bichos salvajes. Es la manera fácil de
adquirir PX (Puntos de Experiencia, para los no iniciados en los videojuegos) y
de practicar los nuevos ataques que hayas obtenido al subir de nivel. Y vamos,
un viaje de una hora de reloj en el que solo puedas observar el paisaje, para
muchos gamers no va a suponer desafío ni diversión alguna.
Ahí entro yo. Soy una pacifista y
una animalista. He llegado al punto que no puedo matar bichejos en un videojuego.
Vamos, ni siquiera a los dragones malotes de Skyrim, que se cargan ciudades.
¿Por qué?
Vayamos por partes, como dijo
cierto inglés destripador.
Un lobo de Skyrim en pleno invierno y con carita de hambruna.
Si un lobo o un oso o cualquier
animal parecido te ataca es porque has entrado en su territorio sin permiso y
posiblemente tenga sus crías o su madriguera cerca.Pensad en la cantidad de
lobeznos y oseznos y bicheznos que se han quedado huérfanos siendo cachorros
por viajeros como tú. O las pobres arañas de las cavernas que, al matarlas sueltan un valioso ingrediente para hacer pócimas o crear armas más fuertes. Cuántas habrán muerto a manos de gente que trafica con estos componentes. ¿Os lo habéis planteado? Después del paso del viajero por la Montaña Nublada, la típica araña (Araneae Montaniensis Skyrimarea, cuyo nombre ni si quiera llegaron a aprenderse) se suma a los millares de especies en peligro de extinción gracias a viajeros como tú que alteraron su hábitat natural.
¿Los dragones malotes de Skyrim?
Los están reviviendo y pululan por todo el territorio volando hasta que se
deciden a atacar a quien le suponga una amenaza o una aldea. ¿Qué sabes tú si
el pobre dragón no se está vengando de la caza de dragones que hubo hace años,
antes de que tú jugaras, en ese territorio? ¿Y si de pequeño los humanos lo
molestaron?
Pues eso, que si yo voy
tranquilamente y me atacan animales, me supone un problema atacarles. No tengo
problema alguno con humanos, seres humanoides o espectros o cosas malignas, en
serio. Pero los animales no son malos. Se deben a su instinto de supervivencia
o protección.
Ejemplo de un bárbaro atacando a un dragón que volaba tranquilamente. Me encantan los dragones, ¿y a vosotros? ¿Por qué matarlos? Déjalos vivir...
Me gustaría que hubiera un parche
o una opción en las características del juego en que pudieras desactivar que
los animales te atacasen y así no tener que defenderte o morir por ello.Así seguro que no tendría tantos problemas.
Por ahora, me estoy contentando con observar los paisajes bonitos de los videojuegos a los que juega mi novio y hacer comentarios del tipo: "¿Era necesario? Te lo has cargado, ¿no podías hacer otra cosa...?" y él que contesta: "¡Pero si me ha atacado él a mí! ¿No lo has visto?" y yo: "Seguro que has entrado en su territorio o tiene hambre, ¡es supervivencia! Corre y ya se irá, no le mates". Y así siempre.
Pero cuando no estoy muy cansada del ordenador, a veces me sigue apeteciendo volver a esos mundos...
* Entre los 17-18 jugué a
Neverwinter Nights, no lo olvidemos.
Hace muchos años, creo que siete u ocho, leí un artículo en una revista que se me quedó muy marcado. Era sobre cómo éramos en ese momento y cómo queríamos llegar a ser. Entre otras cosas proponían hacer un dibujo de cómo querías ser (o verte) dentro de unos años.
El dibujo creo que sigue por casa de mis padres, pero recuerdo muy bien qué hice.
Me dibujé a mi misma, con ropa hippie (camisa larga y vaporosa de color azul y pantalones anchos, con muchos collares). Estaba apoyada junto a una mochila: estaba en mi época de "quiero viajar, quiero ver mundo, quiero verlo todo", imaginándome al dibujarlo que estaba en algún lugar de la India; uno de mis sueños en ésa época era ser viajera, coger ese billete de avión que te permite viajar hacia todos los países que quieras, siempre que sea hacia la izquierda o la derecha, sin poder volver atrás. Llevaba mi perro conmigo. El que dibujé era Llamp, pero podría ser Nahia. Llevaba una flauta y una guitarra. Trace unos rasgos de un hombre a mi lado, sin rostro, que para mí significaba que no estaba sola, podía ser mi actual pareja (la misma que entonces), o no. Recuerdo la cámara de fotos (estaba empezando a trastear con la fotografía) y en la mochila o algún lugar, había un referente a la escritura.
Hace ocho años recuperé el contacto con el que es ahora un gran amigo. Me presentó a su novia de entonces y fuimos muy buenas amigas. Ahora estamos desconectadas; a veces la gente se aparta y se reúne más adelante. Admiraba a esa chica y me encantaba porque era muchas de las cosas que yo quería ser.
Una de ellas, la que más me fascinaba era la extraña habilidad de hablar con gente extraña que le parecía interesante, como si fueran viejos amigos que se reencuentran. Si encontraba un artesano por la calle y le gustaban sus collares, le preguntaría de dónde era, cómo hacía los collares, hacia dónde iba... Todo con sonrisas y sin cortes.
Hace ocho años yo era muy pero que muy tímida. Creo que lo sigo siendo en el fondo, pero he descubierto el placer de conocer gente afín. Ya no me da miedo mostrarme tal y como soy, con mis defectos y mis virtudes. Pocos son los que me llegan a conocer profundamente, de verdad. Porque cuando se me conoce de corazón, no son necesarias las palabras. Las miradas y silencios bastan. Pero lo que encuentras allí, posiblemente sea lo mismo que viste al principio.
Me voy por las ramas.
Estoy contenta porque, poco a poco, he logrado ser hacia lo que quería. Por supuesto, muchas cosas han cambiado: ya no es Llamp, es Nahia. Ahora no toco la guitarra y no he apostado tan fuerte por la fotografía. Me encanta viajar y, aunque ahora estoy en una temporada de quedarme por casa, puedo decir que he hecho varias escapadas maravillosas. Más adelante, haré más. Si hace unos años me hubiera conocido a mí misma, el cómo sería, creo que me hubiera puesto en un pedestal y hubiera dicho: cómo molas. Hago lo que me gusta; sí, trabajo más horas que una burra y necesito tomarme una pausa y respirar, pero me gusta lo que hago, me gusta dónde estoy y cómo estoy. Cambiaría pequeñas cosas, pero no lo fundamental. Soy feliz. Vivo en una casa vieja y minúscula pintada de verde, con muebles reutilizados y llena de libros, postales de lugares, ilustraciones y cachivaches varios. Si me dieran a elegir, sólo cambiaría la ubicación de la casa: en un bosque y que tuviera terreno o jardín para cultivar, pero que mis amigos y familiares estuvieran mínimo a la misma distancia que están ahora (si hubiera menos distancia en algunos casos, mejor).
Estos instantes de paz, de felicidad, de disfrutar el momento hagas lo que hagas, son lo mejor. Hay momentos que abro los ojos y siento que "aquí, ahora" es lo que quería ser algún día. Quería ser lo que soy.
Pronto querré dibujarme de nuevo. Esta vez añadiré muchas plantitas en mi casa, remedios naturales y ecología. Viajes, sí, pero eso será un además. Me di cuenta que mi etapa de "viajera", además de querer ver el mundo, era escapar de una vida que no me gustaba, de la monotonía, de la jaula que sentía que me habían impuesto, de la vida que todo el mundo quería pero yo no. He aprendido cosas. He aprendido que la vida te la montas tú mismo y puedes hacer con ella lo que quieras, "ensalada de pollo o mierda de pollo". El pollo está ahí, tú verás como lo aliñas.
Es una lección sencilla pero muy difícil de aprender. Tanto, que a veces me hago un lío y un día, en vez de comer ensalada de pollo, me enredo con los ingredientes y me como mierda de pollo. Suerte que es solo un día. La vida no es facil. Y si esperas que alguien o algo llegue y te lo solucione, morirás esperando y nada cambiará.
No me considero una de esas personas que van supercontentísimas siempre, donde todo es maravilloso y el amor todo lo cura. Sí, todo es maravilloso, pero hay que saberlo ver. El sol sale cada mañana y ¿cuántas veces vemos amanecer, disfrutándolo? ¿Cuántas veces respiramos la atmósfera limpia cuando acaba de llover? Si estás mal, todo esto se vuelve invisible. El entorno perdura, nosotros no. Todo eso seguirá estando, lo experimentemos o no. Todo seguirá estando cuando nosotros ya hayamos sido olvidados.
En mi próximo dibujo habré hecho pequeños arreglos a la ropa que llevo, para hacerla más mía, más yo. Estaré más rodeada de naturaleza. Tendré pasteles hechos y una casa de campo con aroma a pastel de calabaza. Habrá té preparado porque tendré visita de algunos grandes amigos. Iré a por los huevos de mis gallinas y a corretear con mi perro por el bosque. ¿Niños? No me lo planteo, por ahora. Disfruto de mi momento.Sé que para este dibujo no se necesitarán 5 o 10 años. Puede que necesite 20. Pero lo importante no es cuándo, sino el quién y el cómo. Quién eres, con Quién estás, Cómo eres, Cómo estas.
El año pasado conocí una señora, la madre de una chica con la que hablo a veces. Estaba contentísima: por fin, después de mucho tiempo, tenía su propia casa en un pueblo, reformada. Su casa antigua. Su casa ideal. Y creo que tiene cincuenta y muchos o sesenta años. Pero lo tiene. Poco a poco, se forma el sendero y te acaba llevando... a veces no es a donde querías, sino donde te conviene.
Últimamente no paro de conocer a gente interesante y hace que me sienta muy, muy afortunada. Mi novio me ha dicho más de una vez que "con qué facilidad se te hace feliz/reír/contenta". Es por los detalles. Me hace feliz ver a alguien que quiero, pasar un rato agradable, leer calentita tomando un té, quedarme en la cama en silencio sabiendo que no hay nada urgente (eso hace tiempo que no lo puedo hacer hago), una pequeña sorpresa, un gesto...
Canción descubierta la semana pasada gracias a alguien nuevo en mi vida.