Hace como cuatro años que escribí la Tienda de Ensueño, uno de mis relatos preferidos. Tal vez el que más. En junio empecé la continuación, y lo he acabado esta tarde. Aunque se suceda en el mismo lugar y continúe la protagonista, la señora de la tienda (ahora ya tiene nombre, aunque no lo digo en el relato), ésta vez es todo muy distinto. Aún no he tenido crítica. Así que los que tenéis el documento word en vuestras manos... ya sabéis lo que toca en cuanto podáis. En la página 4, creo, hay un 'poco' convertido en 'popo'. Ya lo he cambiado.
Hay historias que no me importa colgar enteras aquí. Pero ésta es una de las que sí, de modo que sólo dejo un trozo, de por el medio. Donde se explican muchas cosas, aunque no sepáis quién es quien aparece a medianoche, porque primero sale al principio de las historias, como todo. Y esto NO es el principio ni el final. Me encanta. (Digo que me encanta poner textos que no son ni principios ni finales. Y también escribirlos, como el del Viajero).
Sonaron las campanadas de medianoche.
El viento dejó de soplar.
La gente durmió.
Pasaron 180 segundos y apareció. Primero el golpeteo de unos zapatos, el suave roce de la capa larga con las botas y el suelo, finalmente, un olor como a agrio, acompañado por una sonrisa burlesca.
Había llegado a la hora en punto. Más bien, había aparecido, o se le había convocado. Tal vez las dos cosas. Pensar y presentarse van de la mano en ciertas ocasiones.
- Mi Dama. –dijo. Saboreó cada uno de los sonidos. Y no le habló para reírse de ella, o para burlarse. Tampoco fue un saludo. Simplemente fue como una afirmación.
Le hizo entrar en una sala iluminada solo por tres velas. Recubierta de alfombras, tapices y cálices y figuras de barro de las que salía humo perfumado.
- ¿Querer? ¿Amor? ¿Cómo he de llamarte ahora, Mi Señor?-dijo ella, con una corta reverencia. Las palabras ácidas o las recriminaciones no podían tener lugar en ese momento.
Le indicó que se sentara delante de ella, sobre unos cojines. Ella colocó tres vasijas a su alrededor, para que la mayor parte de humo se dirigiera hacia la cara. Bajó la mirada. Respiraba lentamente. El gato daba vueltas por la estancia.
- Sinceramente ya no lo sé y bien poco me importa. Han maltratado tanto estas palabras que creo que ya ni siquiera poseen sentido para nadie. ¿Y de qué sirve un Concepto sin significado? De bien poco. Sí, me estoy volviendo loco. Casi ni recuerdo lo que fui o cómo fui.
Te amé, Diosa. Fuimos uno durante algunos milenios. A veces me parece ayer, otras parece que nunca haya sucedido. Cuando alguien decía o pensaba tu nombre me daba significado. Aún recuerdo cuando eras Doncella. Todos te deseaban. Todos te querían amar pero no podían. ¿Por qué a los mortales se les ocurrió la idea de convertirte en Amante, en Amada. En Madre, Mujer Fértil. Nos ataron con palabras. Y nuestros nombres se convirtieron en sinónimos. Sufrí cuando empezaron a olvidarte y te tacharon de provocadora, de culpable. Hubo otras como tú, parecidas, y estuve con todas a la vez, pero muchas olvidaron su nombre y la cordura. Creo que eres la única que sobrevive. Y supongo que, de algún modo, te sigo amando. Es curioso. Es un pez que se muerde la cola. El Concepto del amor ama a la diosa del amor… y antes, ella también le amó. –Interrumpe su discurso y una extraña mueca, como recordando algo, cruza el rostro de blanco.- A veces, cuando estoy… sobrio, como ahora, pienso. Creo… creo que sobrevivo porque aún hay algunos pocos que aman sin reservas. No me dejan morir. Pero el resto de gente, que llama “Amor” a lo que no es, que “Quiere” poseer, que no “Amar”, me contamina. Me cambia. Creo que el verdadero Amor murió hace mucho tiempo. A veces pienso que fui yo, otras que soy un Concepto nuevo. Y la mayor parte, soy incapaz de pensar.
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