Hoy una de cuentos, para reflexionar un poco. Es uno de los que contaron anoche en el cuentacuentos que se organiza cada año por Sta. Tecla. (Éso sí, lo redacto a mi manera, como es habitual)
Érase una vez, hace muchos años, cuando aún habían reyes en castillos y no existía lo que ahora llamamos democracia (aunque no lo sea a efectos prácticos), vivía un rey en un castillo. El hombre era conocido como el Rey Triste, porque aunque no le pasaba nada, siempre estaba triste. Y resulta que este desdichado monarca tenía un paje que era el hombre más alegre y risueño que os hayáis encontrado. Siempre entraba riendo, cantando o bailando a traerle el desayuno a Su Majestad. Y, claro, el rey, que siempre estaba mal, un día que estaba de malas pulgas le ordenó que le contara el secreto de su felicidad. Y el paje, con una sonrisa, le explicó:
-Mi Señor, no se trata de ningún secreto: yo trabajo para vós y es un trabajo que me gusta, me ofrecisteis una casa en la que vivir con mi esposa y mis hijos. Tenemos comida a diario y la ropa que necesitamos y, además, con las propinas que me da de vez en cuando, puedo permitirme algún capricho. ¿Cómo podría ser infeliz si tengo todo lo que deseo?
El rey, enfadado, gritó. ¡¡MIENTES!! ¡Te ordeno que me digas tu secreto! A lo que el pobre hombre, no pudo sino repetirle mil y una veces que no había secretos. El Rey le amenazó con la muerte, y el paje que seguía en sus trece. El Rey le ofreció dinero a cambio de su secreto, y tampoco recibió respuesta satisfactoria. Como el paje le servía bien, le permitió que volviera a casa, sin ningún problema. Y el hombre, se alejó feliz como una perdiz, sin preocupaciones.
Acto seguido, el rey hizo llamar al sabio de la corte, que iba incorporado con el pack del castillo. y le preguntó porqué el paje estaba siempre tan contento. El sabio se negó a contestar, hasta que el rey se enfureció nuevamente.
-Verá, señor, es que usted y la mayoría de gente está dentro del Círculo del 99, y su paje... pues no.
-Ah... ya veo. ¿Y qué es eso del Ciclo del 99? Nunca había oído hablar de él.
-Es... es... Uf, no se puede explicar con palabras, solo con hechos... ¿Estaría dispuesto a perder un buen paje?
-¿Así entraría en el Cíclo del 99? Pues sí. -dijo. Y pensando para sus adentros añadió que no era justo que alguien fuera tan feliz y despreocupado por la vida.
-Señor, tenga en cuenta que una vez se entra en el Ciclo del 99 no se puede volver a salir. Es imposible. ¿Está seguro que quiere hacerlo?
-Sí, sí, claro. Venga, ¿cómo le obligamos? ¿Bajo tortura?
-No, no, no. Tiene que ser por propia voluntad.
-Ah... ya veo. Ésta es de las que me gustan. ¡Una trampa!
-No, mi señor. Nosotros le proveeremos de la puerta de entrada, será él quien haga el paso de entrar. Se lo repito, Majestad, ¿seguro que quiere correr el riego?
El rey, lleno de curiosidad, asintió.
-Bien, señor. Lo haremos esta noche. Vendré a buscarle a sus aposentos, y usted deberá traer consigo una bolsa de piel con un cordel para cerrarla, y dentro de ella deben haber 99 monedas de oro, ni una más ni una menos.
Así, se dirigieron a la casa del paje, a las afueras del pueblo, y se escondieron entre los arbustos, esperando a que se hiciera de día. Cuando las primeras luces del sol le dieron un poco de color al paisaje, el sabio se sacó una hoja de papel enrollada en la que leyó: "Buen hombre, aquí tienes una recompensa por tu buena labor. Te lo has ganado. Pero recuerda que no puedes hablar de esto con nadie". La ató al cordel de la bolsa con las 99 monedas de oro, y en cuanto vió que había alguien despierto, se acercó a la puerta principal, depositó la bolsa en el suelo llamó TOC-TOC bien fuerte, y se escondió otra vez.
El paje, que era quien se levantaba primero, fue a abrir, extrañado por lo pronto que era, y se encontró con una bolsa que... sí, pesaba por su tamaño y por el ruido que hacía al moverla... caray, ¡eran monedas! El rey y el sabio observaron desde la ventana lo que ocurría a continuación.
El hombre leyó la nota y miró que nadie de su casa estuviera presente. Entonces abrió la bolsa y metió la mano y sacó dinero. La vació sobre la mesa y cayeron todas las monedas. Nunca jamás había visto una moneda de oro, eran como una leyenda. Así que olió el dinero, lo abrazó, lo apartó para que pareciera que hubiera más, lo volvía a abrazar... El hombre estaba tan feliz, se imaginaba la cantidad de cosas que podría hacer con todo aquel oro. ¡Sería un hombre rico y respetable! Así que, para contar su riqueza, dispuso montoncitos de 10 monedas cada uno, que le pareció que sería más facil de contar. Ya lo tenía todo dispuesto y contó 10 monedas en los primeros 9 montoncitos. Y en el último...
-Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve... Me habré equivocado. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y... Qué raro... -y volvió a contarlo, una vez más.
Luego montó en cólera: se le había perdido una moneda (que nunca tuvo), y ya no podría ser un rico respetable, porque tenía 99 monedas, ¡no 100! Así que, como quería tener las 100, decidió hacer cálculos...
-A ver, con lo que cobro cada mes y las pagas extras... podré tener una moneda de oro dentro de... ¡12 años! Es demasiado tiempo... ¡Ya sé! Si mando a trabajar a mi mujer y yo me busco otro trabajo por las tardes... Total, los niños ya son mayorcitos y no necesitan cuidados... veamos... ¡8 años! Demasiado tiempo... ¡Ah! Si en invierno no quemamos madera, y usamos solo un par de mudas de ropa... y la vendo... y llevo a vender la mitad de la comida al mercado (total, tiramos una parte de ella...), y también... -así estuvo un buen rato haciendo cálculos.- ¡Podré tener una moneda de oro dentro de 4 años!
El rey y el sabio volvieron hacia palacio. A partir de aquél día el paje estaba siempre cansado y de mal humor, sus ánimos caían en picado, y el rey, durante una temporada, fue bastante feliz solo por ver al pobre desdichado, antaño tan contento, cómo ahora se había vuelto un amargado. Poruque sí, estuvo siguiendo al pie de la letra los cálculos que hizo para lograr la moneda de oro en el tiempo establecido. Pero al rey no le interesaba tener un paje malhablado y enfadado, así que no duró mucho en su empleo.
Y es que ya véis cómo va la cosa en el Círculo del 99. Buscamos y nos obsesionamos con la única pieza que no tuvimos nunca, pensando que es la que nos traerá la felicidad.